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Subpersonas en tu cabeza

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Análisis psicológico

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Las subpersonalidades de “Zamorochkín”,

o Análisis psicológico de las “rarezas mentales”

Contenido:

1. Introducción

2. Prólogo

3. Desconfianius, Justicianus, Controlerius

4. Duditonus, Vergonzonus, Tardonus, Olvidonus

5. Competitonus, Apuronus, Astutinus

6. Mordicus, Ofendidonus, SiempreCulponus

7. Noquieronius, Perezonus, Manipulonus

8. Posfacio

Introducción

¡Amigos! Para que lo entiendan, el personaje “Zamoróchkin” es aquel que se complica demasiado, que piensa y analiza en exceso; es decir, alguien que aborda las situaciones de forma excesivamente problemática. Las distintas variantes de “Zamoróchkin” son subpersonalidades que pueden influir de manera específica en la persona, en su visión de la vida, en la toma de decisiones y en el análisis de las situaciones.

Después de que en el libro “Zamorochkín en tu cabeza, o qué te ayudará a ser feliz” (disponible en todas las plataformas digitales) descubrieras quién es “Zamorochkín”, de dónde surgió y cómo emprendió un viaje que lo transformó profundamente, ahora comienza su trabajo con sus subpersonalidades — y resulta que tiene muchísimas —.

¡Y por supuesto, estas no aparecen solo en el protagonista, sino también en sus amigos, conocidos, compañeros y parejas!

Este libro está escrito en forma narrativa y describe la vida de Zamorochkín, en la que se encuentra con distintas personas cuyas conductas él mismo — o el autor — analiza desde una perspectiva psicológica.

Se trata de una serie compuesta por varias obras, en las que iremos analizando unas 90 subpersonalidades de Zamorochkín.

En este volumen contemplamos 16 de ellas, creadas por el autor e ilustradas por Natalia Románova:

— Desconfianius, Justicianus, Controlerius (No confía, Justo, Controla)

— Duditonus, Vergonzonus, Tardonus, Olvidonus (Duda, Averguenza, Llega Tarde, Olvida)

— Mordicus, Ofendidonus, SiempreCulponus (Engorda, Sensible, Siempre culpable)

— Competitonus, Apuronus, Astutinus (Compite, Apresura, Astucia)

— Noquieronius, Perezonus, Manipulonus (No quiere, Perezoso, Manipulador)

Las agrupamos de tres a cuatro porque comparten características similares.

Quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que participaron (con retroalimentación y apoyo) en la creación de esta y otras obras de la serie sobre las subpersonalidades de Zamorochkín, especialmente a mi esposa y a nuestros alumnos — facilitadores de juegos terapéuticos —. Todas las historias están basadas en mi práctica clínica; los nombres y los lugares han sido alterados hasta hacerlos irreconocibles. ¡Si por casualidad alguno de los nombres coincide con el suyo y decide ofenderse o reaccionar con negatividad, no tiene sentido hacerlo, ya que los nombres se eligieron completamente al azar!

Prólogo

Comencemos con una breve introducción al tema. En las fuentes existentes hay relativamente poca información sobre las subpersonalidades, y sobre todo no he encontrado análisis psicológicos con ejemplos prácticos como los que presentamos aquí.

Muchos interesados en psicología conocen la historia de las personalidades de Billy Milligan. ¿Se trataba realmente de personalidades distintas o más bien de subpersonalidades? ¿Dónde termina la esquizofrenia y dónde comienza la riqueza de una psique sana y multifacética?

En psicología, la transformación de pensamientos automáticos y patrones mentales se describe metafóricamente como “cucarachas”, “rarezas mentales”, subpersonalidades, voces internas, crítico interior, etc.

Por ejemplo, la teoría de Roberto Assagioli, desarrollada desde los años veinte del siglo pasado, se basa en ideas provenientes de distintas escuelas psicoterapéuticas: Gestalt, psicoanálisis, hipnoterapia y psicología transpersonal. Assagioli propuso un nuevo modelo de la personalidad, según el cual cada ser humano es una suma de múltiples subpersonalidades que existen en distintos niveles de desarrollo. Entre ellas hay una subpersonalidad principal que influye en la interacción de todas las demás.

Richard Schwartz, creador del modelo de “Partes Internas” (IFS — Internal Family Systems), también escribe que la psique se compone de diferentes partes — subpersonalidades —, cada una con necesidades específicas, objetivos particulares, distintos niveles de madurez e incluso recuerdos propios. Estas partes interactúan entre sí como si resolvieran dinámicas familiares: entablan diálogos, entran en conflicto y se alían unas contra otras.

Cada persona posee subpersonalidades únicas, que pueden clasificarse como roles protectores o vulnerables. A las partes vulnerables se les llama “desterrados” (exiliados).

Como dicen los psicólogos, todos venimos de la infancia. Por eso, a partir de experiencias difíciles en la niñez o la adolescencia se forman estos desterrados. Ellos guardan en su interior la información de la herida traumática: dolor, ira, resentimiento. A menudo se manifiestan físicamente (en el cuerpo), como si estuvieran “congelados” en el momento en que surgieron.

Por ejemplo, una niña sufre acoso escolar y ni los profesores ni sus padres la defienden. Su madre fallece joven, su padre la deja al cuidado de su abuela y rara vez aparece en su vida. En su interior surge la subpersonalidad de una escolar que experimenta dolor, impotencia y vergüenza.

Estas subpersonalidades suelen ser bloqueadas por la psique y convertidas en “desterradas”. Para la chica que padeció acoso resulta insoportable recordar el dolor, la impotencia y la indiferencia que rodearon su sufrimiento. Esas emociones son tan intensas que sentirles genera terror; la mente, entonces, “cierra con llave” la habitación donde vive esa subpersonalidad desterrada e intenta olvidar por completo su existencia. (Vi la película “La hija de Dios” y la primera vez no la entendí en absoluto; la segunda vez ya la analicé con más profundidad. Si la ven, tal vez coincidan conmigo en que esto es exactamente eso: borrar un recuerdo traumático y sustituirlo por una narrativa alternativa. En lugar de la subpersonalidad “víctima” aparece una subpersonalidad “mágica”. )

Pero eliminar una parte de uno mismo es imposible. El desterrado, de una forma u otra, se manifiesta: a través de ansiedad inexplicable, rabia súbita, soledad intensa, tensión corporal o pesadillas recurrentes. Una de las tareas fundamentales de la terapia de subpersonalidades consiste en ayudar a la persona a recuperar el recuerdo de esas partes de sí misma y sanarlas.

P.D.: Cuando vino a verme una joven que sufría por sus “cucarachas mentales” — esas “rarezas” que no le permitían dormir, comer ni tomar decisiones normales —, en aquel momento yo no conocía las distintas teorías sobre subpersonalidades. Al principio recordé la historia de Billy Milligan y pensé que eso no era trabajo de un psicólogo o psicoterapeuta como yo, sino de un psiquiatra. Sin embargo, el desafío personal de adquirir experiencia en este campo, sumado al hecho de que la clienta no deseaba acudir a un psiquiatra, me llevó a aceptarla en terapia. Al principio no tenía claro cómo abordar todo aquello, pero cuando apliqué mi técnica original “Constelaciones Cuántico-Matriciales”, ese caos comenzó a tomar forma y orden. Colocamos a todos los miembros internos de su “familia”, dialogamos con cada uno, establecimos una jerarquía, asignamos roles y responsabilidades, acordamos quién y cuándo tenía derecho a hablar… e incluso designamos a un líder. La terapia mejoró notablemente su estado: recuperó el sueño, desapareció la ansiedad y muchos otros síntomas. Dichas subpersonalidades no estaban relacionadas con las de “Zamorochkín”, que también existen, viven y son importantes, pero son de otro tipo. ¡Nunca dejo de asombrarme de lo multifacética que es nuestra psique!

Nuestro “Zamorochkín” surgió a partir del juego transformacional “Matriz de Acciones”, en el que existe este personaje representado mediante Cartas Metafóricas Asociativas (CMA). Originalmente, el juego se creó para cualquier persona interesada en su desarrollo personal y en pasar un rato útil y agradable: familias, entornos empresariales… algo ligero, divertido, no demasiado profundo. Constituye un contrapunto amable al instrumento más fundamental y serio llamado Juego Transformacional “Matriz Cuántica del Destino”, diseñado para profesionales del ámbito de la ayuda: psicólogos, astrólogos, coaches, psicosomáticos, tarotistas y facilitadores de juegos terapéuticos.

Imaginen nuestra sorpresa — la de mi esposa y la mía — cuando nuestros facilitadores, poseedores de los juegos, nos comentaron su desconcierto sobre cómo trabajar e interpretar las subpersonalidades de “Zamorochkín” y los “Mandatos de prohibición”. Tras estas observaciones, creamos videos didácticos para ellos y decidimos escribir estos libros: yo sobre “Zamorochkín” y mi esposa sobre los “Mandatos de prohibición”.

¡Lean con placer y apliquen estos conocimientos tanto en su práctica personal como profesional! Porque nuestra misión, en las profesiones de ayuda, es identificar las raíces profundas del sufrimiento y guiar a la persona por el camino del sanación de su enigmática psique.

* * *

Zamorochkín comenzó a recordar los acontecimientos de su vida desde la infancia, pues todos ellos dejaron huella en su comportamiento y moldearon sus creencias y valores.

Conozcamos a tres de sus subpersonalidades: Desconfianius, Justicianus, Controlerius. ¿Quiénes son? ¿De dónde surgieron? ¿Y cómo influyen en el destino de Zamorochkín?

— Oye, llevamos tanto tiempo saliendo y nunca has venido a mi casa… ¿Qué tal si preparo la cena y vienes a visitarme? — dijo Natasha por el teléfono a Zamorochkín.

— Bueno, ya sabes que no me gusta ir de visita. Además, ya pasamos un buen rato juntos — respondió Zamorochkín.

— Sí, lo entiendo, pero aun así… ¡Quiero darte una sorpresa!

— Vale, nos llamamos después del trabajo.

Cada uno se dedicó a sus tareas laborales, y el día transcurrió en medio del ajetreo sin que se notara.

— Ya terminé mi jornada, me voy — escribió Zamorochkín en el chat.

Estaba de buen humor: acababa de cerrar un trato muy ventajoso para la empresa y se sentía satisfecho por los buenos beneficios obtenidos. Su coche sorteaba el tráfico mientras sonaba música rítmica en la radio.

— ¡Sí, ha sido un gran día! — gritó entusiasmado, cantando a coro con la canción que sonaba.

Natasha, por su parte, había salido temprano del trabajo y, escuchando música alegre y tarareando, preparaba la cena con entusiasmo.

— ¡Listo, todo está listo! — se dijo a sí misma en voz alta —. ¡Creo que hoy me hará la propuesta! Ya es hora, ¡no quiero quedarme soltera para siempre!

Sonó el timbre. Natasha se miró rápidamente al espejo, se acomodó el peinado y ajustó el vestido, que le quedaba más fabuloso que nunca.

— ¡Eres una belleza! — le sonrió a su reflejo.

— ¡Voy, voy! — exclamó mientras giraba la llave en la cerradura.

Cuando Zamorochkín entró, no solo fue recibido por Natasha, sino también por sus mascotas. Resultó que ella tenía dos perritas pequeñas y encantadoras. Las dos movían la cola y ladraban de alegría al ver que alguien llegaba… ¡y traía regalos!

— ¿¡T…t…tienes perros!? — balbuceó Zamorochkín, sorprendido.

— ¡Sí! ¿No se ve? ¡Músya y Búsya! — respondió alegremente la dueña del apartamento.

— ¡Maravilloso! Pero… ¡no me gustan los perros! ¡Nunca me dijiste nada sobre ellos!

— ¡Pues justamente ese era el detalle de la sorpresa!

P.D.: En Natasha actuó su “Desconfiadonus”. En realidad, no sabía cómo reaccionaría Zamorochkín si le decía antes que tenía perros. Él no los soportaba, en absoluto (era evidente en su comportamiento ante otros canes y lo mencionaba constantemente). Si lo hubiera sabido desde el principio, podría haber terminado la relación de inmediato… ¡pero ella necesitaba casarse! Por eso pensó que, si le revelaba la existencia de los perros más tarde, ya con el vínculo emocional establecido, él difícilmente la rechazaría. Esa era su lógica, su manera de pensar. Sin embargo, no consideró el trauma profundo que Zamorochkín tenía respecto a los perros.

¿A qué se debía ese rechazo? ¿Qué tan profunda era esa herida? ¿Y cómo hacer para que él llegara a querer a los perros?

Estas preguntas surgen en quien comprende que ciertas reacciones están vinculadas a hechos pasados, a heridas emocionales. Y también entiende que cambiar a otra persona, modificar su actitud al instante y solo pensando en uno mismo, es imposible. Él “veía” la situación desde su perspectiva; ella, desde la suya. Cada uno tenía razón respecto a sí mismo, pero ambos estaban equivocados respecto al otro. (Si ella lo amaba tanto, ¿por qué no regalaría los perros a unas manos responsables? Si él la amaba tanto, ¿por qué no aceptaba a esas criaturas adorables?)

Su “Desconfiadonus” nacía de la inseguridad, del deseo de jugar según sus propias reglas y obtener ventaja personal. Y este tipo de juego, tarde o temprano, siempre conduce a consecuencias desastrosas.

Zamorochkín, desconcertado, empezó a quitarse el abrigo y los zapatos, sin saber dónde poner estos últimos.

— Oye… ¿no van a destrozar mis zapatos ni… hacer sus necesidades ahí?!

— ¡Qué va! ¡Qué dices! ¡Músya y Búsya no hacen esas cosas! ¡Son unas “damas” muy educadas! — rió Natasha.

Se sentaron a la mesa, disfrutaron la cena, bebieron champán y mantuvieron una conversación agradable y ligera, hablando de temas neutrales y agradables.

Zamorochkín no había llegado con las manos vacías; él también pensaba en proponerle matrimonio. De hecho, se conocían desde hacía mucho tiempo y tenían mucho en común. Pero esa noche se notaba inquieto: se movía constantemente en la silla, se rascaba, estornudaba y parecía distraído, algo que nunca le había ocurrido antes. Las perritas no paraban de girar bajo la mesa, intentando pedir comida o frotarse contra sus pantalones.

— Natacha, ¡me voy! ¡Gracias por la cena, estaba deliciosa! Pero ya es tarde, y mañana debo levantarme temprano.

En menos de cinco minutos, Zamorochkín ya estaba vestido y salía disparado del apartamento como una bala. Respiró profundamente el aire fresco de la calle, caminó despacio hasta su coche, se sentó y giró la llave de encendido. El motor arrancó sin problemas, en la radio sonaba su emisora favorita, “Chocolate”, y comenzó a conducir.

Sumido en sus pensamientos, reflexionaba sobre la velada:

— ¡No me gustan los perros! ¡En absoluto! Y ese olor… Por más limpia que esté la casa, ¡siempre está presente! ¿Qué le digo? ¿Vivamos juntos, pero sin perros? ¿Y qué haría ella con ellos? ¿Terminar la relación?

Su mano, de forma inconsciente, comenzó a frotar la otra, acariciando las cicatrices de una mordedura sufrida en la infancia.

— ¿Por qué no me gustan los perros? ¡Si siempre he amado a los animales! — miró sus marcas —. ¡Ah, sí! ¡Lo había olvidado por completo! ¡En la infancia me mordió un perro! Pensaba que ya había superado eso, que el problema había quedado atrás… ¡Pero el cuerpo sí lo recuerda! Por eso me ha picado la piel y he empezado a estornudar. Nunca le presté atención… probablemente porque tanto tiempo evité el contacto con perros… ¡sí, sí! Siempre a distancia…

Y se perdió en sus recuerdos…

* * *

Zamorochkín crecía y se desarrollaba, ya iba al colegio y había aprendido a leer y escribir. Un día, paseaba por su barrio y jugaba en el parque infantil, mientras varios vecinos paseaban a sus perros cerca. Algunos tenían perros grandes, otros pequeños. Los dueños conversaban entre sí, acariciando alternadamente a sus propias mascotas y a las de los vecinos. Al observar esta escena, Zamorochkín, sin pensarlo dos veces, corrió hacia los perros y comenzó también a acariciarlos uno tras otro.

Los vecinos sonreían, se alegraban por la conducta pacífica de sus “amigos peludos” y elogiaban a Zamorochkín por su ternura y sensibilidad. Pero no todos los animales, al igual que sus dueños, eran tan tranquilos y amigables.

En ese momento, salió al patio una señora con su perrita pequeña. Siempre había sido una mujer reservada, distante y arrogante, y su chihuahua decorativo lo reflejaba a la perfección, ladrando y gruñendo a todo el mundo.

Sin embargo, Zamorochkín tenía tantas ganas de compartir un poco de su amor, apertura y confianza que, sin gran temor, se acercó a la perrita, hablándole con calma y suavidad, como si no fuera un “pequeño monstruo”, sino una criatura frágil, indefensa y aterrorizada.

¡Pero un animal es un animal! Para ellos, el instinto siempre está en primer lugar, y no tienen una conciencia reflexiva que les permita arrepentirse o aplicar normas morales.

Sin pensarlo ni un instante — en realidad, sin pensar en absoluto —, la pequeña perrita se abalanzó sobre la muñeca de Zamorochkín y comenzó a morderla con fuerza. En cuestión de segundos, la sangre formaba un charco sobre la hierba.

La gente corrió en su ayuda, le ofreció pañuelos y le vendó la mano. A Zamorochkín le dio vueltas la cabeza… y perdió el conocimiento.

Al recuperarse, se encontró en su habitación, acostado en la cama. Sus padres discutían con voz alta tras la puerta cerrada, y él alcanzaba a oír cada palabra. Por lo que escuchó, entendió que tendría que ponerse inyecciones contra la rabia y que demandarían a la vecina para que sacrificaran a su pequeña y agresiva mascota.

¡Si hubiera vivido 40 años atrás, le habrían puesto 40 inyecciones en el abdomen! Pero ahora existen medicamentos más modernos, y seis inyecciones en el hombro son suficientes, aunque siguen siendo una experiencia desagradable.

Le dieron puntos. Sobre el destino de la perrita, la historia prefiere guardar silencio, pero los recuerdos desagradables — y la cicatriz en la mano — se quedaron para siempre.

* * *

Zamorochkín y Natasha tuvieron que separarse, pues a él le apareció una alergia muy grave: los ojos se le hincharon, tenía congestión nasal constante, estornudaba continuamente y su piel se cubrió de manchas. La psicosomática funcionó al cien por cien. Pero en cuanto supo que tendría dos semanas completas de baja médica, sin pensarlo dos veces, reservó un viaje exprés a un país cálido.

Y, en efecto, a los dos días de instalarse en el hotel y sumergirse en el mar, todos los síntomas alérgicos habían desaparecido.

P.D.: Esta situación demuestra que la mentira, tarde o temprano, siempre tiene consecuencias… ¡y a menudo muy dolorosas! Se habían acostumbrado el uno al otro. Y una separación siempre es difícil — para ambos. Por muy “duro” que parezca tu pareja, para él también es una tragedia. ¡Tanto camino recorrido juntos, tantas experiencias compartidas…! Y, además, el factor tiempo: para la mujer no es lo mismo que para el hombre. Él siempre tiene demanda — no es quien da a luz —, mientras que para las mujeres el tiempo no es precisamente un aliado.

¿Si ella hubiera renunciado a sus mascotas por él, habría continuado la relación? Muy probablemente no. ¿Por qué, se preguntarán? ¿Fue por su engaño? ¿Porque su “Desconfiadonus” y el “Controlonus” de él no lograron entenderse? ¡Es posible!

Y su “Justicianus” sacó sus propias conclusiones. Para ella: “No es mi tipo, no hay amor verdadero, solo es que ya es hora de casarme”. Para él: “Si soy honesto… ni siquiera la amaba; como mucho, le deseaba buena salud”.

Comentario del autor:

En cierta ocasión participé en un programa de televisión en el Primer Canal ruso, “Él y Ella”, como experto psicológico. El panel de invitados era “estelar”: Kai Metov, Víktor Merézhko, Yegor Konchalovski, Yulia Svíyash y otras figuras reconocidas.

Yo siempre digo, en cualquier situación interesante: «¡Tuve suerte!”. Y en verdad tuve suerte de estar allí. El tema del programa era “El marido de alquiler”, pero terminamos hablando de uniones matrimoniales temporales y, brevemente, de perros.

¡Ay, cómo se animaron los “perrochistas” entre los invitados! Contaban con entusiasmo sobre sus mascotas… ¡Y eso es precisamente lo triste! Muchas parejas, especialmente mujeres, adoptan perros (o gatos) y les entregan todo su amor. ¿Pero cómo va a caber un niño en una casa donde ya no hay espacio para él? ¿Cómo podrá vivir un hombre junto a una mujer si el territorio ya está marcado y ocupado?

Y si el perro se sube constantemente a la cama, celoso del dueño, y le hace “trastadas” al nuevo compañero, muchas personas, a la hora de elegir… ¡prefieren al perro!

Estas son reflexiones en voz alta, para que el lector piense. De hecho, con mucha frecuencia, mi esposa y yo recibimos consultas de tales “perrochistas” o “gatuchistas” que preguntan: «¿Por qué no logro encontrar pareja o quedar embarazada?”. Claro que evaluamos otras posibilidades: médicas, de compatibilidad, traumas, enfermedades… ¡Pero este factor también existe y tiene peso!

Zamorochkín estaba tumbado en su tumbona, sorbiendo un cóctel tropical por una pajita y contemplando las olas, que, como si hubieran conspirado, llegaban orilladas a la playa con una cadencia perfectamente espaciada.

Muy cerca, dos niños construían castillos de arena y se salpicaban mutuamente con agua de un cubo. Zamorochkín se distrajo un momento, cerró los ojos y disfrutó de los sonidos que lo rodeaban: paz absoluta.

Se despertó por el silencio.

Se incorporó de golpe en la tumbona, miró a su alrededor y vio a los padres de los niños descansando tranquilamente, protegidos del sol con sombreros veraniegos.

De pronto, sintió un fuerte latido en el pecho. No entendía de dónde venía la ansiedad, pero algo faltaba en aquella apacible escena.

— ¡Claro! — exclamó Zamorochkín —.

— ¡¿Dónde están los niños?! — gritó hacia los padres.

Sin pensarlo, salió corriendo hacia el mar y se lanzó al agua en dirección a donde los niños habían estado chapoteando. Nadó cada vez más lejos de la orilla, buceaba y volvía a salir a la superficie…

Desde la playa, los padres lo miraban y le hacían señas, gritándole algo.

Cuando nuestro héroe giró la cabeza hacia la costa, ya estaban allí los padres… ¡y también los niños! Todos juntos le gritaban desde la orilla:

— ¡Sal del agua! ¡Estamos aquí! ¡Todo está bien!

Zamorochkín salió del mar, exhausto, se dejó caer sobre la arena y se durmió al instante…

Soñó…

* * *

Zamorochkín recordaba. Cuando tenía unos seis años, fue con sus amigos al río. Jugaba con sus compañeros, se bañaban y tomaban el sol, pero era tan pequeño que aún no sabía nadar. Así que, al entrar al agua y chapotear cerca de la orilla, la corriente lo fue arrastrando cada vez más lejos. Tanto lo llevó río adentro que apenas lograba sacar la cabeza. Hacía todos los esfuerzos posibles por regresar a la orilla, pero la corriente era más fuerte que él y lo arrastraba sin cesar.

Por más que intentaba, no conseguía salir. Con sus últimas fuerzas, alzó una mano… ¡y ocurrió un milagro! Un chico que flotaba en un aro salvavidas lo vio, lo agarró y lo sacó del agua. Así llegaron a la orilla.

Zamorochkín estaba tan agotado por la lucha contra la corriente que ni siquiera alcanzó a decir «¡gracias!”. Simplemente se dejó caer sobre la arena, exhausto, intentando recuperar el aliento.

No entendía lo que le pasaba: quería gritar de alegría y, al mismo tiempo, llorar. Sabía que si la corriente lo hubiera arrastrado un poco más, jamás volvería a ver a sus padres… o, mejor dicho, nadie volvería a verlo. La muerte había estado a un hilo de distancia.

Fue su primer encuentro con una actitud descontrolada, imprudente e irresponsable hacia sus propias acciones. Quizás, si hubiera hecho caso a los consejos de sus padres y no hubiera ido al río solo con amigos, sino acompañado por adultos, aquella situación jamás habría ocurrido.

Con el tiempo, el incidente del río se olvidó, y Zamorochkín siguió explorando ese mundo fascinante y misterioso.

* * *

Cuando abrió los ojos, vio sobre su rostro las caras de dos niños y dos adultos. Reconoció de inmediato a los mismos vecinos de la playa por quienes se había lanzado al agua.

— ¡Parece que está vivo! — murmuró la niña.

— ¡Sí, sí! — respondieron los padres al unísono.

— ¡Gracias a Dios! ¡Abrió los ojos! — susurró la mujer.

El niño pequeño intentaba abrirle los párpados con el dedo, mirándolo fijamente.

— ¡Gracias! ¡Estoy bien! — dijo Zamorochkín, incorporándose lentamente de la posición tumbada —. Pensé que… bueno… ¡corrí! ¡Y ellos estaban aquí…! ¡Sí! ¡Gracias a Dios! — balbuceó, aún confundido.

Regresó a su tumbona.

— ¡Vaya! ¡Qué recuerdos! — pensó —. Los niños estaban tranquilamente jugando en otra parte de la playa, y yo creí que se habían ahogado… ¿Qué me pasó? ¿Y por qué afloró justo ahora ese recuerdo de mi infancia?

Dos situaciones habían acontecido en muy poco tiempo, y en ambas Zamorochkín había perdido el control.

— ¡Exacto! ¡Controlar! — exclamó de repente —. ¿De dónde viene este afán de control? ¿Me beneficia o me perjudica en mi estado emocional y en mi psique?

Recordó que los psicólogos dicen que el “Controlador” en realidad no es tan positivo como parece. Mientras reflexionaba, abrió su teléfono y buscó información en internet.

— Veamos… ¿qué dicen al respecto?

* * *

Desde el punto de vista de la psicología:

“El deseo de controlarlo todo es un mecanismo de defensa psicológico conocido como “control omnipotente”, bajo el cual suelen esconderse miedos profundos. Toda esa sensación de omnipotencia, en realidad, busca evitar la sensación de indefensión o impotencia.

Las personas con tendencia controladora se consideran el centro del universo. De aquí surgen sus dos problemas fundamentales: la responsabilidad y la culpa. Si yo soy tan poderoso, entonces debo prever, planificar y controlar todo. Y si algo sale mal, ¡seguro que es culpa mía!, incluso si en ese momento ni siquiera estaba presente. Para estas personas es imposible admitir que algo escapa a su control, que hay sucesos imprevisibles sobre los que no pueden influir. Hacerlo significaría renunciar a su grandiosidad, y eso es inaceptable.

Poco a poco, este control total se proyecta sobre su entorno cercano: obliga a los demás a “marchar al compás”. Esto suele derivar del miedo al juicio social. Si una persona no pregunta constantemente a sus familiares dónde están, qué hacen o cómo les va, se considera que es irresponsable con su familia. En otras palabras: no le importa la vida de sus seres queridos, y, por tanto, ante la sociedad parecerá poco fiable e incompetente”.

— En parte, claro que estoy de acuerdo… pero…

— Existen diferentes factores que surgen de las experiencias particulares de cada persona — reflexionaba Zamorochkín —. Por ejemplo, yo viví dos experiencias negativas: me estuve ahogando y me mordió un perro. Claro que también recibí control por parte de mis padres, educadores, maestros y entrenadores. Todos ellos querían protegerme y ayudarme a superar dificultades. Pero otras personas han tenido experiencias mucho más traumáticas. ¿Cómo podrían vivir sin algún grado de control?

A lo largo de la vida se forma el carácter; las conclusiones se extraen de la experiencia, y cada uno avanza por su camino basado en todo ello. Por supuesto, ese “Controlonus” nos acompaña siempre. En algunos momentos nos ayuda, en otros nos limita. Pero en determinadas circunstancias resulta absolutamente necesario.

Ahora, cuando veo un perro, ya no salgo corriendo ni meto mis manos en su boca. Cuando estoy con mis sobrinos o con los hijos de mis amigos y se acercan al agua o a un perro, ¡estoy alerta! Ya tuve una experiencia trágica con el ahogamiento y haré todo lo posible para que un niño esté a salvo. En ese caso, mi “Controlonus” activa mi instinto de supervivencia. ¡Y eso es algo positivo!

Veamos el lado negativo: puedo gritarle a un niño o apartarlo bruscamente cuando se acerca a un perro. Así hago que no viva su propia experiencia, como la viví yo. Y cuando se encuentre solo frente a un perro, no tendrá instinto ni recursos. Pero… ¡puedo conocer primero al perro yo mismo! Puedo observar su comportamiento, evaluar si es agresivo, y solo entonces permitir que el niño juegue con él. ¡Y desde luego, nunca tendremos un perro en casa!

P.D.: El control excesivo puede derivar en una sobreprotección hacia los hijos. ¡En todo! Dondequiera que estén o hagan, existe ese miedo constante de que algo les pueda suceder.

¿Qué hacer cuando aparece este tipo de control? La respuesta es clara: es necesario trabajar personalmente en uno mismo — explorar ese control, la tensión, el miedo, la ansiedad que lo alimenta. Porque si controlamos cada paso de nuestro hijo (¡incluso cuando tiene 30 años!), nunca aprenderá nada nuevo, no adquirirá experiencia ni se volverá autónomo.

Nuestra experiencia es nuestra. La de los demás no es la nuestra, y por tanto no puede ser valiosa para nosotros si no la hemos vivido. Por eso, ¡solo el trabajo con nuestros propios miedos y emociones nos permitirá soltar el control sobre nuestros hijos y ayudarles a ser autónomos y seguros en la vida! No es fácil… ¡pero es posible!

* * *

Zamorochkín conducía por la carretera principal. Sus pensamientos estaban muy lejos del estado del tiempo — la ventisca, la nieve fangosa y el barro que levantaban los coches, especialmente los camiones. Del radio sonaba música rítmica.

— ¡¿Pero a dónde vas parándote así?! — gritó Zamorochkín al conductor de otro coche que intentaba incorporarse desde una vía secundaria: descaradamente, de forma brusca y agresiva.

— ¡¿No ves que voy por la vía principal?! ¡¿Eres tonto o qué?! — vociferaba Zamorochkín, agitando los brazos.

El otro conductor respondía con gestos y muecas igualmente hostiles. Zamorochkín no tenía la menor intención de dejarlo pasar y continuó avanzando casi rozando su coche. Al final, Zamorochkín logró pasar, y el atrevido quedó atrás. Se felicitó a sí mismo por ello, porque, siendo justos… ¿por qué tendría que cederle el paso?

— ¡No quiero, y punto! — dijo Zamorochkín en voz baja —. ¿Por qué todos se meten así?… ¡Podría haber esperado o simplemente saludado con la mano, tipo: «¡Por favor, hermano, puedo pasar!”! Claro que lo habría dejado pasar… ¡Pero a los descarados hay que castigarlos!

Mientras hablaba consigo mismo, no se dio cuenta de que, de repente, un coche se detuvo bruscamente frente a él. De inmediato, dos hombres salieron corriendo y se acercaron a su puerta, gritándole con agresividad para que bajara.

— ¡Oye! ¿¡Qué hacen ustedes!? — gritó Zamorochkín —. ¡¿Se han vuelto locos?! ¡Voy a llamar a la policía!

Ellos no se iban y trataban de abrir la puerta. Zamorochkín salió del coche y comenzó a discutir con ellos. Afortunadamente, en su juventud había practicado artes marciales, así que, cuando los dos intentaron agarrarlo, los lanzó fácilmente en direcciones opuestas. Sorprendidos por la resistencia — pero al mismo tiempo conscientes de la fuerza de su oponente —, decidieron calmarse y hablar pacíficamente.

— ¡Chicos, ya entendieron que estaban mal! ¿Por qué actuar así de groseros? ¡Por supuesto que los habría dejado pasar si me hubieran hecho una seña amable!

— ¡Hermano, nos pasamos de listos! ¡Vamos, arreglémoslo en paz! ¡Tenemos prisa!

— ¡Vale! — respondió Zamorochkín, subiéndose de nuevo a su coche.

— ¡¿Pero qué clase de tarde es esta?! ¡Iba tranquilamente, sin molestar a nadie! ¡Sonaba una música estupenda! ¡Y de repente me arruinaron el ánimo por completo! ¡Me parece muy injusto!

P.D.: La justicia es algo bueno… pero ¡muy peligroso, especialmente en nuestros tiempos! Podrían no solo lesionarte, ¡sino incluso quitarte la vida! Por eso, junto con “Justicianus” siempre están “Controlonus” y “Desconfiadonus”. Son como guardaespaldas y protectores que entran en acción en el momento de euforia de “Justicianus”.

Cada uno de nosotros percibe, interpreta y se relaciona con una situación desde su propia perspectiva. Y, curiosamente, ¡ambas partes siempre tienen razón! Zamorochkín no quería ceder el paso al atrevido porque circulaba por la vía principal y, en ese momento, tenía razón. Pensaba en las normas y en su justicia, sin conocer la situación del otro conductor.

Admitámoslo: ninguno de nosotros es perfecto, y todos hemos estado en situaciones en las que llegábamos tarde y conducíamos saltándonos reglas, metiéndonos con impertinencia en el tráfico. A menudo, otros conductores nos cedían el paso, nosotros encendíamos las luces de emergencia como gesto de agradecimiento… y seguimos nuestro camino. Todos tranquilos, relajados, convencidos de tener razón y satisfechos con la vida. ¡El conductor — a quien podríamos llamar “Apuronus” (¡otra subpersonalidad más!) — estaría feliz! ¡Y tú no gastarías tus nervios! Como dicen los científicos: ¡las neuronas no se regeneran!

Si estás seguro de ti mismo… ¿para qué estresarte y ponerte nervioso?

Comentario del autor:

Trabajando con un cliente en terapia, surgió esta reflexión: Jesús nos enseñó: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

La labor del psicólogo consiste, precisamente, en enseñar primero al cliente a amarse a sí mismo, y solo después podrá aprender a amar a los demás.

¡Hay en qué pensar, verdad!

Zamorochkín salió a la carretera de circunvalación. Su coche avanzaba lentamente en medio del tráfico, y en la radio sonaba una hermosa melodía instrumental. Él, mientras tanto, se perdió en sus recuerdos…

* * *

Zamorochkín paseaba por el patio del edificio y vio cómo un chico, de más o menos su edad —12 años —, golpeaba a otro niño de unos 7 años.

— ¡Oye! ¡¿Por qué te metes con él?! — gritó Zamorochkín al mayor.

— ¡¿Y tú por qué te metes, listillo?! — le respondió el otro.

— ¡Es más pequeño que tú! ¡Suéltalo! ¿Por qué lo pegas?

— ¡Me estaba insultando! Por eso quiero darle una lección.

— Vale, entiendo que eso no esté bien. Pero tú eres mayor. Dale un cachete y ya está. ¡Que se vaya! ¡Aún es un crío, no entiende!

— ¡Justo por eso hay que enseñarle para que no lo vuelva a hacer! — replicó su compañero —. ¡Y si quieres, puedo darte a ti también!

— ¡Adelante, inténtalo! — Zamorochkín se acercó y se enzarzaron en una pelea. Lucharon con tanta saña que dos hombres adultos apenas pudieron separarlos. Ambos chicos se frotaban las narices enrojecidas e intentaban patearse.

— ¡Basta, mocosos! — gritaron los hombres —. ¡Ya basta! ¡Empate! ¡Dense la mano!

A regañadientes, Zamorochkín y el otro niño se estrecharon las manos, comprendiendo que no los dejarían ir hasta que lo hicieran.

Tras ese peculiar encuentro, se volvieron los mejores amigos… porque, casualmente, ¡sus padres ya se conocían!

* * *

Zamorochkín “salió” de sus recuerdos cuando el conductor del coche vecino tocó la bocina a alguien.

— ¿Esto qué es? ¿Valentía? ¿Descaro? ¿O… justicia? — se preguntó en voz alta —. ¿Por qué, de repente, se despierta en mí? ¡Siéntate y calla! Si tiene prisa, déjalo pasar.

Zamorochkín ya empezaba a reflexionar por su cuenta, tras haber leído tanto a psicólogos.

— A menudo vemos a “Justicianus” solo desde un lado: ¡el nuestro! Pero en realidad tiene muchos lados.

Por ejemplo, ¡hay mucha injusticia a nuestro alrededor! Alguien regaña a un niño por meterse donde “no debe”… cuando en realidad el niño solo está explorando, descubriendo, curioso por todo… simplemente les molesta. A ustedes les resulta cómodo, es su visión… ¡no la del niño!

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